siesta

Cuando era joven y mi única preocupación era aguantar las seis horas despierta en el instituto, calculaba (como la mayoría de la población) cuantas horas dormiría si me iba a dormir un poco más tarde…o temprano, y me traumaba si eran menos de nueve. Lo juro. Cuando me levantaba mi estado dependía de si ese día podría dormir siesta o no. Me hice un poco mayor y comprendí que eso de dormir nueve, diez, once horas no era lo normal…ni lo que me esperaba. Cuando calculaba y llegaba a las siete ya me sentía privilegiada. Y este año he descubierto que con cinco ya aguantas. Ahora, justo en estos momentos, podría dormir veinticuatro y estaría en todo mi derecho. (Creo) que nadie me juzgaría, nadie me diría “Maria, t’estàs passant no? Fes algo anda…” No ha pasado ni una semana, así que aún es demasiado pronto para sentir cualquier tipo de remordimiento. Así que si de veinticuatro decidiera estar ocho del sofá a la cama y de la cama al sofá sería un buen plan. Pero he descubierto que no puedo. Mi cuerpo se levanta automáticamente a las ocho, pase lo que pase el día anterior. Yo me alegro porque pienso “Bueno, si després t’entra son tens tot el dia per recuperar-lo”. Y a veces lo intento, pero no puedo sin ti. Tú y yo tendremos el récord del mundo en hacer siestas, señoras siestas, tendremos el récord en 4 horas…o más. Y tan panchos. Ahora me estoy entrenando para mantenerlo sola, pero no sé que extraña magia tiene tu sueño que sin él mi cuerpo no puede (o no quiere). “Luiiiiis…vete p’allíiiii…que tengo sueeeeeño tiiiiiooooo…” y cara de mala hostia. Sí, soy de esas que cuando quiere dormir, quiere dormir. Y si hace calor ni un dedo encima. Quizás es la frase que más repito en la cama. El pobre Luis que es un santo lo tiene más que asumido y a los tres segundos ronca y yo…a los dos. Y así somos. De sueño en sueño y dormimos porque nos toca. Cuántas cosas descubriré sin querer en estos meses…y cuántas queriendo.